Dormir mal causa infinidad de problemas. Cometemos más errores (que
tienen como consecuencia confusión, olvidos, accidentes laborales y
accidentes de coche), estamos más irascibles y tenemos más riesgo de
caer enfermos, entre otros.
Pero además, los problemas de sueño hacen que quien los sufra se
sienta mal, por lo que resulta comprensible que el 20% de los que
padecen insomnio trate de ponerle remedio.
La industria farmacéutica no tardó en reaccionar y ya a principios
del siglo XX inventó los barbitúricos, unos fármacos tan eficaces que no
sólo inducen al sueño, sino que a menudo directamente inducen al coma y
provocan hipotermias e insuficiencias respiratorias. Así que no es sólo
el medicamento idóneo para acabar con el insomnio, sino también con
todos los problemas de la vida… y hasta con la propia vida.
Cuando este “ligero” inconveniente de los barbitúricos salió
finalmente a la luz, en particular a raíz de la muerte de Marilyn
Monroe, la industria inventó las benzodiazepinas (el valium). En
comparación con los barbitúricos, estos medicamentos tienen la ventaja
de contar con un antídoto en caso de sobredosis, el flumazenil. El
problema reside entonces en que el riesgo de “disminución de la
atención”, del que se da escrupulosa cuenta en el prospecto, en realidad
se acerca más a una pérdida total del control sobre uno mismo.
De repente, nos volvemos capaces de hacer o de consentir que se haga
cualquier cosa, de tal modo que mentes perversas de toda clase no han
tardado en reparar en esta “ventaja”, hasta el punto de que ahora nos
referimos a este medicamento como la “droga del violador”. Ventaja
añadida (para los criminales): las benzodiazepinas suelen provocar
amnesia en la víctima.
Por supuesto, como para todos los medicamentos, hoy en día existen
también somníferos “de última generación”, que supuestamente no tienen
los mismos inconvenientes que sus precursores. Pero esto no es más que
una argucia de marketing, un clásico como el “anunciado en televisión”
que se destaca en los folletos de los productos de venta por correo. En
realidad, por mucha apología que se pueda hacer de estos “nuevos”
somníferos en espacios financiados por la industria farmacéutica, la
realidad es que son, al igual que las benzodiazepinas, unos hipnóticos
que también llevan a la pérdida del control sobre uno mismo.
Así que, antes de tomar estas peligrosas pastillas, me gustaría que
leyera unas reflexiones básicas sobre el sueño que, espero, le ayuden a
enfrentarse con mayor serenidad a sus problemas de insomnio.
Disparate n° 1: las horas de sueño
Del mismo modo que con las “horas de trabajo”, las “horas de clase” o
las “horas de viaje”, hoy también queremos saber a toda costa cuántas
horas exactamente debemos dormir.
Este modo de segmentar minuciosamente nuestra vida en rodajas de
salchichón no se corresponde con nuestras necesidades naturales.
Preguntarse cuánto hay que dormir resulta tan absurdo como preguntarse
cuántas calorías hay que tomar: ¿qué es usted: un leñador del norte de
Canadá o un empleado en un departamento de contabilidad?
Dormir sirve para descansar de un esfuerzo físico, intelectual o
emocional, de modo que si se pasa el día en el sofá viendo concursos de
la tele, es muy normal que las necesidades de
sueño disminuyan.
Cada cierto tiempo, los medios se encargan de alarmarnos con que la
población ha “perdido” una o dos horas diarias de sueño de media con
respecto a las generaciones previas a la Segunda Guerra Mundial. Pero en
aquella época muchos trabajaban hasta doce horas en el campo, a veces
incluso más, por lo que está claro que también necesitaban dormir más.
Éste también es el motivo por el que las personas mayores duermen
menos. Muchos fantasean con recuperar el sueño que tenían cuando eran
niños; la solución es muy sencilla: basta con que, como un niño a lo
largo de un día, patalee, salte, grite, se caiga, llore, ría, le hagan
cosquillas, se pelee y luego haga las paces… y le garantizo que esa
noche dormirá mejor. Esto ya ha sido objeto de estudio en Estados
Unidos, donde se pidió a un jugador de baloncesto profesional que
reprodujera, a su escala, las idas y venidas de un niño que juega en un
parque. El imbatible deportista se desplomó al cabo de hora y media.
En lo que llevo de día (son las 8:30 de la mañana), he salido de la
cama, me he hecho un té y me he sentado frente al ordenador. A mi hijo
de cuatro años ya le ha dado tiempo a…
… hacer una guerra de almohadas a lo largo de la cual ha creído morir
ahogado tres veces, cabalgado por otros cuatro niños que antes lo
habían cubierto con una pila de edredones, lo que por supuesto le ha
hecho partirse de risa.
… perder y volver a encontrar su oso de peluche, que su hermano mayor
le había escondido, para lo que ha tenido que recorrer la casa de un
lado para otro, durante veinte minutos, llorando.
… que su abuela lo atrapara para obligarle a vestirse después de un
rápido corre que te pillo que ha acabado con un derrape (sin control)
por el parqué.
… caerse por las escaleras.
… derramar el cuenco de cereales por la cocina, con los alaridos correspondientes de fondo.
… que haya habido que desvestirle y volverle a vestir con ropa limpia.
… de empezar un pilla-pilla que acabó en partido de fútbol, después en escondite y finalmente en llantos.
… de dar tres vueltas a la casa en su tractor de pedales mientras cantaba a gritos una melodía que no he logrado reconocer.
No sería de sorprender que esta noche (si llega vivo), duerma… como un bebé.
Disparate n° 2: sólo vale el sueño cuando es ininterrumpido
No sólo nos gustaría dormir ocho horas todas las noches, también
fantaseamos con ese sueño profundo e ininterrumpido en el que todo deja
de existir a nuestro alrededor.
Pero nunca, en ninguna época, ha sucedido que una población entera se
durmiera por la noche para despertarse flamante y de buen humor ocho
horas más tarde.
Más bien al contrario, la norma siempre fue que los adultos se
despertaran por la noche para vigilar el campamento, reavivar el fuego o
dar una vuelta de reconocimiento. El código monástico de San Benito,
escrito en el siglo VI, preveía un oficio religioso en mitad de la
noche, los maitines, por lo que podemos suponer que en aquella época
parecía bastante normal tener algo que hacer entre las dos y las tres de
la madrugada.
A su vez, la siesta ha sido durante mucho tiempo una costumbre
generalizada, que de hecho tampoco tenía por qué dormirse a una hora
concreta, sino más bien cuando surgía la oportunidad. Y así sigue siendo
en la mayoría de los países tropicales.
Hoy en día, el problema estriba en que muchas personas creen que
despertarse por la noche es algo patológico. En cuanto abren un ojo o
son conscientes de que están despiertas, lo primero que les viene a la
cabeza es: “¡Maldición, ya está, ya no voy a poder dormir más!”
Entonces los pensamientos negativos empiezan a sucederse en cascada
en nuestra cabeza, lo que nos ocasiona ansiedad, sensación de
desesperación y entonces es cuando se hace imposible volver a conciliar
el sueño. En efecto, las consecuencias de un breve despertar no serían
las mismas si uno se convenciese de que es completamente normal
despertarse por la noche, ya sea para recolocar las sábanas o la
almohada, o incluso para ir al baño, y que esto no le impedirá volver a
dormirse.
Podrá hacerlo porque su estado de conciencia durante la noche,
incluso para ir al baño, no es en absoluto el mismo que el que por
ejemplo se tiene en una discusión intensa. Cuando uno se despierta
durante la noche, su ritmo cardíaco, la respiración y la temperatura
corporal se aproximan mucho más al sueño que a la vigilia.
Disparate n° 3: hay que recuperar el sueño
Se ha convertido en algo habitual en nuestras sociedades que la gente
duerma pocas horas durante la semana y que el fin de semana se le
peguen las sábanas porque quiere recuperarlas. Hasta lo consideramos un
delicioso placer de la vida.
Pero esto es exactamente como si ayunara a lo largo de toda la semana
para luego atiborrarse el domingo. Su cuerpo no se lo agradecerá.
Desde luego, si está cansado puede aprovechar para descansar durante
el fin de semana, pero puede salirle caro. Su ciclo circadiano, es
decir, el reloj biológico interno, se desajustará y durante la semana le
costará aún más dormir bien.
Además, lo que la mayoría hace el fin de semana no es pasar
verdaderas noches de sueño reparadoras, sino acostarse tarde para
despertarse más tarde aún, lo que descoloca a nuestro pobre cerebro, que
tiene la sensación de estar cambiando de estación o de tener un desfase
horario.
Sí, lo ha entendido bien: la solución no consiste en recuperarse
durante el fin de semana o en vacaciones, sino en encontrar un ritmo de
sueño diario normal, que le hará sentirse cada vez más en forma.
Moraleja
Su meta en lo que al sueño se refiere debe ser tan sencilla -y a la
vez tan maravillosa- como dormir lo suficiente para sentir que se
levanta descansado y lleno de energía para todo el día, hasta que llegue
el momento de volver a meterse en la cama y volver a dormir bien.
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